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Por Diego Petrecolla

Los personajes de Santiago Craig en su nuevo libro de cuentos, Las tormentas, suelen ser rutinarios; ven pasar desde afuera las modas y corrientes, se mantienen como rocas en el medio de ríos que los atraviesan. Son oficinistas, vendedores en locales de shoppings, padres de familia que eligen vacaciones tranquilas, gente de barrio cuya juventud quedó o va quedando atrás, a los que, sin embargo, los envuelve siempre algo extraordinario.

Casi todos ellos están inmersos en sus rutinas: atender el local, tareas administrativas, hacerse cargo de los hijos. Pero es en el medio de esas jornadas (con rutinas rígidas como una trinchera, en palabras del autor) donde aparecen las tormentas de imaginación que caracterizan los relatos de Craig, como expiación de lo cotidiano, como lucha contra el tedio, tironeando contra los días que pasan y se transforman en cosas nuevas.

Cuando las rutinas no están, sus opuestos más directos irrumpen como contexto de los relatos: vacaciones y mudanzas, como en el caso de Hacer un pozo y meterse adentro, Mudanza e Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar.

Más allá de la escritura precisa, llena de recursos, referencias a un mundo propio y al imaginario de una generación que, en cierta forma, perdió el protagonismo (el autor nació en 1978), son estos estallidos de imaginación que se dan entre las vidas de los personajes, los que marcan el pulso, el común denominador de los relatos.

Así aparecen las misteriosas visitas de personajes fantasmales de otras provincias, los padres fanáticos del fenómeno ovni, madres postizas reales o imaginarias, estatuas de próceres que cobran vida y se dedican a la destrucción del mundo posterior, o bien ríos llenos de rayas peligrosas que jamás aparecen.

Pero también hay lugar para el refugio, para los pequeños espacios de salvación cotidiana, valiosa y terrenal: los hijos, la vida de pareja, las series en la cama y los juegos adolescentes como salvoconducto ante lo incierto y peligroso de estos caprichos de la mente. El resguardo que brindan los días que pasan iguales, pero siempre al borde de quebrarse, como hielo fino.

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[La Nación]

Valioso conjunto de cuentos

Por José María Brindisi

Todavía quedan escritores que recuerdan que un libro de cuentos no es una bolsa de deshechos. Es decir que entienden que -al margen de la calidad intrínseca de lo que allí se incluya- el conjunto debería potenciar el sentido de las partes, construir una suerte de progresión que se nutra de sus tonalidades y acabe por justificarlas. Desde esa perspectiva indispensable hay que abordar un volumen como Las tormentas, de Santiago Craig (Buenos Aires, 1978), en el que de algún modo todos los relatos parecen uno solo, un mismo universo que se va reelaborando y resignificando.

No se trata de la misma historia, aunque en ocasiones estas pudiesen superponerse vagamente, sino de un imaginario común, un recorrido persistente que anida en ciertas continuidades: el afuera amenazante, a veces la anticipación de un futuro caótico y violento; la cotidianidad intrascendente, apagada, y la intuición o la certeza de que la vida de sus protagonistas se copiará a sí misma hasta el final. Y, sobre todo, la lucha por el espacio, un espacio que es construcción ficcional o salvación, un modo de definirse, de conquistar, pero también una alarma o directamente la escenificación de una derrota.

A propósito de ese espacio en el que se vive tanto como se padece ("Hoy pasó tu papá por casa", "Olivia"), ese espacio que a veces se anhela ("Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar" o "Mudanza") o inquieta ("Formosa") o se piensa como una isla ("Hacer un pozo y meterse adentro"), Craig lo utiliza por lo general como una clave sombría del destino de sus personajes: esos hombres cada vez más solos que sin embargo poseen una familia, esa entidad que se les ofrece como un sitio de sosiego pero asimismo como una cárcel.

Sobre el final, "Tormentas" descompone o recompone todo el conjunto, y es acaso el mejor de los relatos, el más elusivo. Al margen del diálogo tácito que establece con el resto a partir del título del libro, se distingue del resto -de esa paleta de modulaciones de la angustia y la desesperanza- no solo porque su protagonista es femenina, sino además porque de algún modo representa una iniciación. Un extraño llega al páramo en el que ella vive con su abuela y su madre loca, y ese vínculo abre sensaciones nuevas, escapes, razonamientos impensados.

Aun con esporádicos mecanicismos, la escritura de Craig posee la doble virtud de desplegar un notable vuelo poético sin resignar naturalidad. De esa inusual destreza para transitar las historias en sus propios términos deriva lo más valioso de su estilo, forma pero también fondo, y quizá también la potencia de su proyecto.

LAS TORMENTAS (CUENTOS) - SANTIAGO CRAIG

$4.900,00
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Los personajes de Santiago Craig en su nuevo libro de cuentos, Las tormentas, suelen ser rutinarios; ven pasar desde afuera las modas y corrientes, se mantienen como rocas en el medio de ríos que los atraviesan. Son oficinistas, vendedores en locales de shoppings, padres de familia que eligen vacaciones tranquilas, gente de barrio cuya juventud quedó o va quedando atrás, a los que, sin embargo, los envuelve siempre algo extraordinario.

Casi todos ellos están inmersos en sus rutinas: atender el local, tareas administrativas, hacerse cargo de los hijos. Pero es en el medio de esas jornadas (con rutinas rígidas como una trinchera, en palabras del autor) donde aparecen las tormentas de imaginación que caracterizan los relatos de Craig, como expiación de lo cotidiano, como lucha contra el tedio, tironeando contra los días que pasan y se transforman en cosas nuevas.

Cuando las rutinas no están, sus opuestos más directos irrumpen como contexto de los relatos: vacaciones y mudanzas, como en el caso de Hacer un pozo y meterse adentro, Mudanza e Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar.

Más allá de la escritura precisa, llena de recursos, referencias a un mundo propio y al imaginario de una generación que, en cierta forma, perdió el protagonismo (el autor nació en 1978), son estos estallidos de imaginación que se dan entre las vidas de los personajes, los que marcan el pulso, el común denominador de los relatos.

Así aparecen las misteriosas visitas de personajes fantasmales de otras provincias, los padres fanáticos del fenómeno ovni, madres postizas reales o imaginarias, estatuas de próceres que cobran vida y se dedican a la destrucción del mundo posterior, o bien ríos llenos de rayas peligrosas que jamás aparecen.

Pero también hay lugar para el refugio, para los pequeños espacios de salvación cotidiana, valiosa y terrenal: los hijos, la vida de pareja, las series en la cama y los juegos adolescentes como salvoconducto ante lo incierto y peligroso de estos caprichos de la mente. El resguardo que brindan los días que pasan iguales, pero siempre al borde de quebrarse, como hielo fino.

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[La Nación]

Valioso conjunto de cuentos

Por José María Brindisi

Todavía quedan escritores que recuerdan que un libro de cuentos no es una bolsa de deshechos. Es decir que entienden que -al margen de la calidad intrínseca de lo que allí se incluya- el conjunto debería potenciar el sentido de las partes, construir una suerte de progresión que se nutra de sus tonalidades y acabe por justificarlas. Desde esa perspectiva indispensable hay que abordar un volumen como Las tormentas, de Santiago Craig (Buenos Aires, 1978), en el que de algún modo todos los relatos parecen uno solo, un mismo universo que se va reelaborando y resignificando.

No se trata de la misma historia, aunque en ocasiones estas pudiesen superponerse vagamente, sino de un imaginario común, un recorrido persistente que anida en ciertas continuidades: el afuera amenazante, a veces la anticipación de un futuro caótico y violento; la cotidianidad intrascendente, apagada, y la intuición o la certeza de que la vida de sus protagonistas se copiará a sí misma hasta el final. Y, sobre todo, la lucha por el espacio, un espacio que es construcción ficcional o salvación, un modo de definirse, de conquistar, pero también una alarma o directamente la escenificación de una derrota.

A propósito de ese espacio en el que se vive tanto como se padece ("Hoy pasó tu papá por casa", "Olivia"), ese espacio que a veces se anhela ("Ir unos días a un lugar sin nadie a descansar" o "Mudanza") o inquieta ("Formosa") o se piensa como una isla ("Hacer un pozo y meterse adentro"), Craig lo utiliza por lo general como una clave sombría del destino de sus personajes: esos hombres cada vez más solos que sin embargo poseen una familia, esa entidad que se les ofrece como un sitio de sosiego pero asimismo como una cárcel.

Sobre el final, "Tormentas" descompone o recompone todo el conjunto, y es acaso el mejor de los relatos, el más elusivo. Al margen del diálogo tácito que establece con el resto a partir del título del libro, se distingue del resto -de esa paleta de modulaciones de la angustia y la desesperanza- no solo porque su protagonista es femenina, sino además porque de algún modo representa una iniciación. Un extraño llega al páramo en el que ella vive con su abuela y su madre loca, y ese vínculo abre sensaciones nuevas, escapes, razonamientos impensados.

Aun con esporádicos mecanicismos, la escritura de Craig posee la doble virtud de desplegar un notable vuelo poético sin resignar naturalidad. De esa inusual destreza para transitar las historias en sus propios términos deriva lo más valioso de su estilo, forma pero también fondo, y quizá también la potencia de su proyecto.